martes, 29 de julio de 2008

Estoy en mi oficina, miro por la ventana que está a mi izquierda y veo el cielo gris, es agosto, así que no me extraña, los vidrios están cerrados, sin embargo la humedad ha sabido colarse entre ellos y como un intruso que llega sin avisar, siento que lentamente va escalando por mis pies e invadiendo mis huesos, mi cuerpo entero. Sobre mi escritorio hay papeles aún sin leer y en la pantalla de la computadora un informe a medio hacer. Recuerdo. Las imágenes transcurren en mi mente como una vieja película muda, no las puedo detener. Me veo despertar como siempre, a las seis de la mañana, voy caminando aún en pijama y sin asearme por los pasillos de la casa, me dirijo a cada uno de los cuartos de mis hijos y los voy despertando suavemente, logro con esfuerzo que se pongan el uniforme del colegio, que tomen el desayuno, que se laven los dientes, que se peinen, que carguen sus mochilas y que, a las siete y quince aborden el auto que los llevará al colegio, meto la mitad de mi cuerpo por la ventana trasera y les doy a cada uno el último beso de la mañana, con él pretendo sellar mi esperanza de que regresarán a casa sanos y salvos, les recuerdo que deben abrocharse el cinturón de seguridad y, por último, digo: -maneje despacio por favor-, levanto mi mano diciendo adiós, y veo como el auto se va alejando, llega a la esquina, voltea a la izquierda, y una vez que se encuentra fuera del alcance de mi vista, regreso a casa con una sensación que no logro definir. Entro a mi cuarto, veo la cama con las sábanas aún revueltas, me provoca meterme de nuevo en ella, taparme con la frazada, cerrar los ojos y despertar con el sol de enero reflejado en mi cara, pero miro el reloj y me doy cuenta de que no puedo. Entro a la ducha, tengo quince minutos para bañarme, secarme el pelo y cambiarme. Lo logro. Me pongo la blusa blanca, el sastre negro, los zapatos taco ocho a tono y salgo a toda prisa hacia la oficina, en medio del trajín olvido ponerme el reloj y sin él sé que me perderé en el tiempo sin poder manejarlo. Suena el teléfono y me es irremediable regresar a la oficina, prometo tener el informe preparado para mañana al medio día, cuelgo y sé que no podré cumplir, hoy en la tarde hay un partido de fútbol escolar y le he prometido a mi hijo asistir. Veo el cuadro de los últimos valores accionarios, los reviso, agrego unas cifras al informe que yace durmiendo en la pantalla de la computadora. Suena una alerta y me recuerda que a las siete de la noche tengo una reunión en en el Ministerio de Economía...
Estoy en el quinto piso, trato de concentrarme para la reunión y repasar las cifras pero no puedo impedir verme corriendo por el patio principal del colegio, se me rompe un taco pero no me detengo. Llego y veo a once niños sentados a un lado de la cancha y al entrenador dándoles indicaciones. Por un momento miro al cielo y agradezco que el partido no haya comenzado aún, pero una madre me dice que ha acabado el primer tiempo y que mi hijo a metido un gol. Lo busco entre los once, lo encuentro, levanto mi mano diciendo: hola, pero él me ha lanzado una mirada de reproche… no jugará en el segundo tiempo. Miro mi muñeca y no encuentro mi reloj, estoy perdida en el tiempo, dentro de los papeles sin leer, del informe a medio hacer, dentro del partido de fútbol, de mi sastre negro y mis zapatos de tacón.

sábado, 26 de julio de 2008

Me estoy secando después de un largo baño, la textura del papel tisú es perfecta para mi, no debo olvidar aplicarme el humectante, no quiero que se me vuelva a resecar la piel, me desagrada tanto ver como cada pedazo de mi va abandonandome sin piedad ni contemplación. No entiendo por qué tengo que ponerme maquillaje. Odio verme pintada. Los tonos rojos encendidos me hace ver como una cualquiera, los colores tierras me opacan y lo rosados me hacen sentir una colegiala sin experiencia. Mi compañera de faena ,en cambio, tiene mas suerte que yo, ella nunca se pone lo que no quiere, -“me froto con una fresca crema de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba”-, me ha contado y he sentido en el tono de sus palabras una cierta sorna, -“con unas cerdas suaves”-, agregó, como si acaso yo se lo hubiera preguntado. Es mi compañera y debo quererla, lo sé, pero no puedo y eso hace que me sienta culpable. Culpable Yo, a pesar que es ella la que se porta mal, la que se roba a mis amantes, aquellos que con tanto esfuerzo logro conseguir y para los cuales me pinto aunque no quiero. No sé como lo hace, he intentado descubrirlo pero no he podido, me siento tan mal cuando justo en el momento en que me junto a ellos, ella se acerca sigilosamente y con un movimiento gatuno se los lleva para sí. Con su humedad pegajosa los atrae, los explora, los envuelve y cuando se sacia los tira sin piedad.
(Labios en pugna con la Lengua)

viernes, 25 de julio de 2008

Valiente

Un sábado no tan lejano, un sábado común a cualquier otro, almorzaba en casa con mis pequeños hijos. Recordábamos nuestro último viaje a Disney y decidimos, como jugando, otorgarnos premios. Así fue que entre granos de arroz esparcidos por la mesa y trozos de zanahorias discriminadas a un lado del plato, fuimos entregando los premios. Se repartió premios al más ordenado, al más colaborador y al más chistoso. Llegó el momento de entregar el premio al más valiente, y yo propuse entregárselo al más chiquitín de los hermanos. El mayor, que apenas tiene 8 años, dijo: “pero como, si él fue el que más miedo tuvo de subirse a los juegos” y yo le dije: “por eso mismo, porque a pesar de tener miedo, subió y valiente es aquel que se sobrepone a sus miedos" y entonces, como jugando, todos entendimos y aceptamos una gran verdad: Para ser valiente, hay que tener miedo.

jueves, 24 de julio de 2008

Hoy:
Me levanto, y el primer pensamiento que cruza mi mente es ella. Con ansias espero que muera el día porque sé que mañana, como cada viernes, la tendré cerca, quiero tocarla, y olerla. Me acuesto temprano como si haciéndolo, el mañana llegara pronto. Se que me levantaré a primera hora y la tendré entre mis manos, dentro de mí.
Nuevo Hoy:
Me levanto al alba, me cambio lo más rápido que mi pesado cuerpo me lo permite. Salgo a la calle. Los voluminosos pliegues de mi cuerpo danzan junto a mí, comparten conmigo la felicidad de saber que hoy es el gran día. Me acerco a la panadería, sus puertas están a punto de abrir, el olor del horno me embriaga, me guía hacia ella. Estoy a unos pocos pasos. Percibo en cada poro de mi cuerpo la emoción de tenerla pronto. Através del ventanal la veo, y la siento mía. Entro por la puerta, no puedo dejar de posar mi mirada en ella, me deleito en sus curvas perfectas, su tono dorado me traslada al paraíso, su olor hace que cada vello de mi cuerpo se erice de placer. Me acerco sigilosamente, la tomo entre mis brazos, la atraigo hacia mi lentamente, alargo el momento sublime de hacerla mía. Abro mis labios, preparo mi boca para el primer encuentro, disfruto el placer del primer contacto de mis papilas gustativas. La muerdo. La saboreo. La engullo, y en ese momento sé, que formará para siempre parte de mi. Gula

miércoles, 23 de julio de 2008

Si de afanes se trata

Si de Afanes se trata
Era tarde y hacía frío, un día común del invierno limeño, Clarita estaba sentada frente a su computador en ese espacio tan preciado por ella porque era solo suyo, un pequeño espacio de su casona en San isidro, casona que antaño arrancaba suspiros a más de uno pero que con el pasar del tiempo se había convertido en el claro ejemplo de lo que fue y ya no es. Estaba acompañada únicamente por el aroma de su taza de café colombiano recién pasado, pensando en ese impulso que había sentido tantas veces en esos últimos días. -“Siempre he escuchado que una persona antes de morir debería, entre otras ocho cosas, escribir un libro”- se dijo así misma, y se preguntó si a sus cuarenta años recién cumplidos, pensar en escribir un libro significaba plantearse la muerte como algo más cercano ó era sólo una manifestación más de una crisis de edad. Pensó en ambas razones y concluyó que ninguna de las dos eran las que realmente la motivaban. La verdadera razón era el afán que sentía desde su último cumpleaños de hacer cosas nuevas y explorar sus propios limites. Estaba convencida que quería hacerlo, definitivamente quería seguir a esa voz que en los pocos momentos en que podía estar sola, le hablaba y hablaba y que de tanto escucharla, ocupaba gran parte de su mente. Imaginó lo que podrían pensar sus familiares y amigos, estaba segura que pensarían que estaba loca o peor aún, que definitivamente había caído en esa zona común, la típica crisis de los cuarenta. Explorar sus propios límites? Escuchar su voz interior? Se preguntarían seguro con burla. No pudo dejar de imaginar a su madre frunciendo el seño, a sus hermanos esbozar una sonrisa sarcástica y a su esposo mirar al cielo, con un gesto más de complacencia que convicción. Pensó en todo eso y más, pero con una seguridad de la cual nunca antes había sido testigo, decidió que nada de eso le importaría, recientemente había descubierto que lo mejor de haber cumplido los cuarenta, si es que acaso algo bueno tenía, era que había comenzado a importarle menos lo que la gente opinaba de ella y mucho más lo que su voz interior le gritaba silenciosamente cada vez que encontraba un pequeño momento a solas consigo misma.
Crear un Blog?, Y por qué no. Intentar escribir? Y por qué no. Cometer un error, o quizá, aquel que siempre cometo? Y por qué no. Decirle "Te amo" a pesar de su egoismo consciente? y por qué no.